ERASMUS, una experiencia que deberías vivir
Por Eduardo Eiroa (estudiante ESI – UCLM)
Una de las ventajas de ser europeo es la libertad de movimiento entre los países que forman parte de la Unión, que combinado con la unificación monetaria bajo el euro y la estandarización del inglés como idioma universal crean un abanico de opciones inmensurable. Si eres europeo y tienes la fortuna de cursar estudios universitarios, entonces puedes optar a disfrutar las becas Erasmus +. Yo lo hice, durante mis estudios en la Escuela Superior de Informática de Ciudad Real, y la experiencia fue muy gratificante.
El comienzo no fue sencillo; si duda la parte menos atractiva y tediosa de la experiencia fue el proceso burocrático de convalidación, selección de asignaturas, créditos, learning agreement, cartas de aceptación y compañía. A partir de aquí todo iría sobre rodado, o eso creí.
En lo personal, tuve que enfrentarme a diferentes situaciones que, inicialmente, no fueron agradables, pero contribuyeron en mi desarrollo personal. En septiembre de 2019 aterricé en Cracovia, Polonia. Los primeros días los viví en un entorno en el que me sentía como un intruso; la gente actuaba diferente, la comida olía extraña y la temperatura máxima era de 15ºC. Una de mis primeras interacciones en la ciudad fue con una tendera que no hablaba ni gota de inglés, yo intentaba comprar unas cervezas y unas patatas fritas. Cuando llegó la hora de pagar me quedé mirando esas monedas desconocidas y contando de una en una mientras la cola detrás de mí cada vez era más larga (y visiblemente más molesta por mi torpeza). Finalmente dejé el dinero sobre el mostrador, la cajera me miró a los ojos, sin hablar una palabra contó los zloty, guardó su parte correspondiente en la caja y me devolvió el resto.
Unos días después, me planté en la clase equivocada. Tardé casi 15 minutos en darme cuenta, para entonces era evidentemente tarde para llegar a la clase que me correspondía, pero levanté la mano y pedí ayuda. No sólo me indicaron donde debía ir, sino que además me acompañaron hasta el aula.
Quedaron dos cosas claras:
1. Los torpes existen en todos lados.
2. A todos nos gusta ser de ayuda a quien lo necesita y lo agradece.
Según pasaron los meses descubrí que en Polonia el sol desaparece a las tres de la tarde en invierno, las tiendas cierran a las seis de la tarde y también descubrí que no valía de nada saber preguntar: “¿Cuánto vale esto?”, sin saber ni como contar siquiera hasta el diez…
Me quedé encerrado en un ascensor en la facultad, del que salí a base de pulsar repetidamente el botón de emergencia y contestar “Nie mówię po polsku” (No hablo polaco) a cualquier cosa que me dijeran. A lo que hay que añadir que acabé en un hospital militar por una raspa de pescado, mientras hablaba con la embajada por teléfono para intentar entender como funciona la sanidad polaca.
Pasé un febrero de 2020 en una Venecia desértica debido al COVID. Debo ser una de las pocas personas que han visto la ciudad con tan solo unas decenas de transeúntes. Visité Praga en un fin de semana con un viaje en bus que tan solo costó 20 €, y un alojamiento de 40 €. Conocí a gente de culturas diferentes: turcos, estonios, lituanos, polacos, franceses, iranís… amistades que califico, sin miedo a equivocarme, como vitalicias, y además me llevé lecciones y experiencias únicas.
La suma de todo ello ha hecho que el miedo pasado por buscar empleo en el extranjero, hoy desaparezca y se convierta en algo mundano.
En cuanto a lo académico, mejoró mi nivel de inglés, aprendí tanto como necesité de las asignaturas en las que estaba matriculado. Los profesores siempre estuvieron dispuestos a ayudarnos y fueron plenamente conscientes de que ser un estudiante Erasmus conlleva algunas dificultades. Y lo más importante; me quité muchas torpezas sociales y el miedo a situaciones que quedaban fuera de mi control.
Las clases eran bastante reducidas con un par de excepciones, y las asignaturas en general eran de menos créditos ECTS que en la UCLM. No era extraño cursar asignaturas de 3 créditos en las que no había examen final y la nota se basaba en prácticas + tests realizados en clase. Los pocos exámenes ordinarios que tuve que realizar dejaron una anécdota curiosa que merece la pena mencionar: los estudiantes polacos asisten a los exámenes ordinarios vestidos de traje. Como lo lees, vestidos con americana, corbata, zapatos y pantalón de traje, por lo menos en la AGH de Cracovia. Yo que no soy de ir en chándal, iba con vaqueros y un jersey. Desentonaba bastante del grueso de los asistentes, aun así, los profesores no le dieron ninguna importancia ya que no nos dijeron nada a los que no cumplíamos con la etiqueta.
En definitiva, de Polonia me traje amigos, conocimientos e intereses y mil anécdotas que contar. Por suerte me olvidé una maleta llena de dudas, miedos y vergüenza. La experiencia Erasmus amplió mis metas, y me hizo comprender que por mucho que difieran las culturas siempre hay con quien reír un rato. Al final, en un mundo donde los límites cada vez son más inexistentes, lo importante es no auto limitarse